Los Resultados de Aprendizaje están ahí, en los papeles, bien redactados: "El alumno será capaz de…" —y todo parece ordenado, medible, técnico. Pero hay una parte invisible, y muchas veces más poderosa, que no aparece en ningún currículo oficial: lo que tú como profe esperas de tu alumnado.
Y aquí entra el efecto Pigmalión. Esa idea brutal y simple: si crees que un estudiante va a lograr algo, tienes más posibilidades de que lo logre. Pero si ya entras en clase pensando que “este no vale”, que “esta no da para más”, estás cavando su tumba académica antes de que abra la libreta.
Los RAs son objetivos, sí. Pero no son magia. No se alcanzan por arte de BOE, se alcanzan cuando hay contexto, acompañamiento y, sobre todo, expectativas reales pero altas. Porque el efecto Pigmalión funciona para bien… y también para mal.
Si tú esperas poco, ellos te darán poco. Si tú confías, los estás programando —sin querer— para avanzar. Así de fuerte es esto. Lo que tú crees de tu alumnado, se cuela en cómo corriges, cómo hablas, cómo miras, cómo motivas o desmotivas.
¿Quieres que un RA se cumpla? Empieza creyendo que puede cumplirse. No desde la ingenuidad, sino desde la convicción de que todos pueden crecer si se les da la oportunidad, el tiempo y el apoyo adecuados.
Porque a veces, el mayor obstáculo para que un alumno aprenda… no está en él. Está en lo que tú, sin darte cuenta, estás proyectando sobre él.
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