No hablo solo de que se va la luz. Hablo de cuando se va la chispa. El apagón real es cuando dejas de pelear, dejas de buscar salidas y aceptas la oscuridad como si fuera lo normal. Porque te han enseñado, a base de golpes o fracasos, que da igual lo que hagas: nada cambia.
Eso es la indefensión aprendida. No es que no puedas hacer algo. Es que te han convencido de que no vale la pena intentarlo. Como un perro al que atan tantas veces que, aunque le suelten, ya ni se mueve. Como un estudiante que deja de estudiar porque total, “voy a suspender igual”. Como tú, cuando dices “es lo que hay”.
Y lo jodido es que este apagón no lo provoca un corte de luz. Lo provocan los sistemas que no escuchan, los entornos que castigan el error, los adultos que infantilizan o ignoran, y sí… a veces también nosotros mismos, cuando dejamos de creer que se puede.
La buena noticia: esto se puede cortar. Pero no con velas ni con generadores. Se corta con conciencia, con gente que sacuda, que encienda luces aunque molesten los ojos. Con espacios donde equivocarse no sea el fin, sino el inicio.
Porque el problema no es estar a oscuras. El problema es acostumbrarse.
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